En el corazón de mi jardín planté una Vid, compañera silenciosa pero elocuente. Sus raíces se hunden en la tierra, buscando alimento y estabilidad, mientras sus ramas se extienden hacia el cielo, anhelando luz. Si se cuida con esmero y por mano experta, la vid florece con sorprendente generosidad: entre octubre y noviembre se cubre de racimos de colores brillantes. Es un milagro que se renueva año tras año. En diciembre, la poda severa parece un acto de privación, pero es sólo una promesa de renacimiento. En marzo, la Vid responde con lágrimas, lágrimas de savia que anuncian nuevos brotes, zarcillos y hojas temblorosas, un canto a la vida que no se rinde.
Elegí cultivar vides porque amo el vino, ese regalo ancestral que transforma las uvas en poesía líquida. Es el néctar que calienta el corazón y eleva el alma, un puente entre la tierra y el cielo. Como afirma don Luca Passarini, responsable de comunicaciones de la diócesis de Verona: “Realmente parece que en el Cielo se beberá vino”. Y Jesús mismo, en el Evangelio según Mateo (26,29), nos revela un fragmento de eternidad: «Beberé el vino nuevo en el Reino de Dios».

TITLE:
Poda y renacimiento: El aliento de la viña
SUPPORT:
Cotton canvas on frame
SIZE:
25 x 45 cm
TECHNIQUE:
Oil on canvas
DATE:
October 2024
SERIAL N.:
20241102
NOTES:
realizada íntegramente con espátula